Estar enfermera

Ilusos, e ilusas, pensamos que acabar una carrera universitaria nos hace ser aquello para lo que hemos estudiado. Aunque legal, y formalmente, pueda ser así, la realidad es que tenemos que diferenciar, y mucho, entre tener un documento que diga que eres grado en “algo” y otra muy distinta es ser ese “algo”.

Mirando en retrospectiva y tras un buen puñado de años, estoy empezando a verme como un enfermera “de salud mental” y después de mucho tiempo estando enfermera. Aunque hablaré, casi exclusivamente, de un tiempo acotado y un lugar concreto todo lo que escriba es extrapolable a muchos y diversos entornos sanitarios a lo largo y ancho de nuestra geografía.

El estar, en algunos lugares, es el lugar de descanso de los profesionales en las unidades de cuidados. En la actualidad, cada vez más se usa la palabra office. Este escrito tiene mucho que ver con lo que implica ser un profesional en lugar de estar un profesional en el sentido de cuidar en un entorno u ocupar un lugar.

Para una enfermera, al menos para mí, hay una situación que puede ser sumamente enriquecedora y reconfortante y, a su vez, profundamente dolorosa y desoladora. Esta experiencia es la de cruzar el puente, la frontera, el espejo o como queramos llamarlo y colocarnos al otro lado del pijama blanco como paciente o como acompañante. Hay una película que describe muy bien este hecho de cruzar el puente. Me la pusieron en clase de ética en tercero de carrera y, sin duda, fue un antes y un después en mi proyecto personal de “ser enfermera”. La película a la que me refiero es El doctor (1991), dirigida por Randa Haines y protagonizada por William Hurt [ver reseña en filmaffinitty]. Si, como yo, peinas canas es probable que ya la hayas visto aunque siempre es recomendable visionarla de nuevo. 

Cuando estamos al otro lado, por ejemplo, acompañando a un familiar ingresado en el hospital, de súbito, podemos sufrir un extraño síndrome de hipersensibilidad aguda. Es como desarrollar un superpoder: la vista, el olfato y el oído aumentan exponencialmente la sensibilidad llegando a ser muy molestas las luces, los olores y los ruidos, mucho más que cuando vestimos el pijama blanco en que estos fenómenos pueden pasar desapercibidos. Si, además, tenemos la oportunidad de pasar unas noches en el hospital podremos comprobar lo incómoda, dolorosa e insoportable que pueden llegar a ser siete u ocho horas recostados sobre una butaca. Aunque para sufrir esta alteración sensorial, realmente, no es necesario ser un profesional sanitario simplemente basta con ser un ser humano pero en el caso del profesional de la salud, los síntomas, como veremos a continuación, pueden llegar a ser muchos más graves.

Otro extraño fenómeno, este sí, más característico de los profesionales sanitarios es la hipermnesia que experimentamos nada más colocarnos al otro lado. De golpe y porrazo recordamos hasta el más mínimo detalle de los procedimientos, protocolos, técnicas, indicaciones, cuidados y demás aspectos clínicos relacionados con nuestra dolencia o la de nuestro familiar. Este curioso hecho provoca aún más sufrimiento porque cada vez que otro profesional interactúe con nosotros vamos a mirar con lupa si está obrando de manera excelente, o no, acorde a nuestros amplios e irrefutables conocimientos científicos.

La previa del partido.

La unidad de urgencias estaba mucho más que abarrotada. Los profesionales entraban y salían de los boxes, las camillas y las sillas de ruedas iban y venían por doquier. La sala de espera no daba más de sí, los pacientes y los familiares encajaban como un tetris multicolor en el que incluso llegaban a chocarse entre ellos cuando alguno cambiaba de posición al ser  llamado desde el mostrador de recepción o si querían, por ejemplo, ir al baño. A nuestro alrededor, unas personas sangraban, otras vomitaban, incluso había quienes respiraban con bastante dificultad conectados por un largo tubo de plástico a una botella de oxígeno. Dantesco sería un adjetivo apropiado para describir la escena.

Y, en medio de todo este caos, imagina que tu madre espera desde hace horas, en ayuno, sentada en una silla de ruedas a ser llamada para que le realicen una ecografía. Desde hace unos días su piel se ha tornado amarilla y ha sido derivada por su médica de atención primaria que tras meses de síntomas y signos como cansancio, anorexia, pérdida importante de peso, todos ellos achacados a una depresión reactiva al fallecimiento de su marido. Hasta que vió que su paciente se ponía amarilla limón y se le ocurrió pedirle una analítica.  Espantada por el resultado se apresuró a derivarla a las urgencias de un gran hospital.

Tras más de diez horas de espera en urgencias y dos PCR nasales (la primera no quedó registrada en el sistema informático, algo que suele ocurrir nos dijeron a modo de explicación); dos visitas a la unidad de rayos (en la primera, la buena, le hicieron la ecografía; en la segunda, otro pequeño error, alguien se olvidó de pasar el volante de la prueba al cajón de realizados) y, lo peor, una manchita blanca que justificaba la ictericia y,  posiblemente, todos los demás signos y síntomas de los últimos meses. Bien pasada la medianoche, por fin, la paciente ocupaba una cama en una habitación doble en una unidad del hospital.

El partido… había comenzado.

Ángeles y demonios

[Demonio]

La reconocida obra de Dan Brown, Ángeles y demonios, podría ser un buen ejemplo para introducir y titular la historia que relato a continuación. Un relato que es un buen ejemplo sobre cómo en un mismo espacio y tiempo pueden convivir laboralmente polos tan opuestos.

Imagina el siguiente escenario: acaban de operar a tu madre de un problema de salud muy grave y, tras más de 6 horas de intervención, te informan que la operación ha acabado y que debes ir con prontitud a la Unidad de Recuperación Quirúrgica (RECU) donde van a informarte de la operación y te dejarán entrar un momento para verla. Para no perder tiempo, te dan instrucciones sobre cómo llegar a la RECU saliendo a la calle y rodeando por fuera medio hospital para llegar a una sala de Consultas Externas desde la que el acceso a la RECU es casi inmediato. No estás solo, te acompaña una tía materna bastante mayor.

Caminas con tu tía lo más veloz que puedes y cuando después de 10 minutos llegas a la puerta de entrada de la sala donde se encuentra el pasillo que te da acceso al lugar donde podrás ver a tu madre después de 6 horas de operación para que te informen de su estado y poder verla… te encuentras a un celador acompañado de un vigilante de seguridad que bloquean la entrada y te pregunta:

  • ¿Adónde van?
  • Vamos a ver a mi madre que acaban de operar y nos han dicho que acudamos rápido a la sala de recuperación, la RECU.
  • Pues por aquí no se puede pasar- responde el celador con una incipiente mueca de satisfacción.
  • ¿Qué? – exclamo sorprendido, todavía con la respiración forzada por la carrera extrahospitalaria – Nos han dicho que por este lugar se puede acceder rápido a la RECU y tenemos mucha prisa, han operado a mi madre y nos tienen que informar en unos minutos además de poder pasar a verla.
  • Pues no, por aquí no se puede – la mueca ya se ha transformado en una sonrisa maquiavélica y sus ojillos marrones empiezan a iluminarse – hasta hace dos días se podía pero ahora está prohibido. Tienen que entrar por la entrada principal, al otro lado del hospital, y acceder por dentro…
  • No tenemos tiempo – respondo muy angustiado – venimos de allí y el cirujano nos ha enviado hasta aquí.
  • ¿El cirujano? – me interrumpe, relamiéndose de satisfacción – puede decir lo que quiera pero por aquí no pueden pasar, tienen que dar la vuelta.

A todo esto, el vigilante de seguridad hace como que no está, simplemente es una gran mole que con su cuerpo inmóvil obstaculiza el paso. A mí me comienza a hervir la sangre. La sola idea de que no podamos ver a mi madre por culpa de un sádico, seguramente amargado y quemado, que disfruta de un momento de gloria ejerciendo una autoridad déspota e injusta.

  • ¿Pero no le entra nada por el cuerpo – grita mi tía que hasta entonces sólo había refunfuñado – enviando a una anciana como yo a dar la vuelta de nuevo al hospital cuando el lugar al que vamos está ahí mismo detrás de esa puerta?
  • Señora – responde el celador sacando pecho – ni usted ni nadie, ni pacientes, ni familiares ni personal pueden pasar por aquí, tendría un gran problema con mis jefes si la dejo pasar.

Miro el reloj, no podemos perder más tiempo.

  • ¡Vámonos tita! – tirando de su brazo y desandando el camino realizado con la máxima celeridad que podemos para volver al punto de partida.

En mi cabeza sólo está la imagen de mi madre, estoy enfurecido pero no puedo pensar con claridad, sólo siento una gran rabia y un inmenso dolor por lo ocurrido…

Llegamos de nuevo a la puerta principal del gran hospital.

  • ¿Adónde van? – pregunta, esta vez, el vigilante de seguridad
  • Buscamos con urgencia la sala de recuperación quirúrgica – respondemos al unísono enseñando nuestras identificaciones de “Acompañantes de Hospitalización”
  • Pues… – empieza a responder con cierto aire guasón – hay dos salas de recuperación quirúrgica… ¿A cuál quieren ir?
  • ¡A la que está justo al lado de la Consulta Externa de Oftalmología! De la que venimos corriendo porque un compañero suyo no nos ha dejado pasar y a la que ¡llegamos tarde!- grita mi tía encendida.
  • Bien, bien – reacciona el vigilante – atraviesen el Hall, por aquel pasillo – señala con el dedo – giren a la izquierda, después sigan recto dos pasillos más, tomen el siguiente a la derecha hasta el final, verán una escalera y un ascensor también a mano izquierda, suban a la primera planta, al salir vayan a la derecha, recto dos pasillos más y a la izquierda está la sala de espera. 

Intentamos memorizar las indicaciones lo mejor posible y salimos corriendo.

  • Izquierda, dos pasillos, derecha al final… – repaso mentalmente
  • Por aquí no es… – dice mi tía, desesperada y respirando con dificultad.

Nos hallamos en medio de un pasillo lleno de gente vestida de calle y de profesionales con uniformes blancos, azules, verdes y sus posibles combinaciones. A su vez, multitud de celadores transportan a personas en sillas de ruedas y en camillas pasando por nuestro lado, algunos pacientes van sólo con una mascarilla pero otros van acompañados por varias personas con bolsas de sueros y monitores encendidos. La visión impresiona, recuerda a una situación de catástrofe de las que vemos en el cine.

  • Perdone, ¿la sala de recuperación quirúrgica? – pedimos a una persona de verde al azar
  • ¡Uy! no van bien, es un poco complicado desde aquí. Vuelvan por ese pasillo – señalando hacia detrás de nosotros – y mejor pregunten al final

Allá que vamos de nuevo a la carrera, al final del pasillo.

  • Perdone, ¿la sala de recuperación quirúrgica? – esta vez pruebo suerte con una mujer joven uniformada con una camisa de papel azul y un pantalón verde de tela.
  • Lo siento, no soy de este servicio, no les puedo ayudar
  • ¡BASTA YA! – Levanto bastante la voz, creo que grito – Necesitamos urgentemente llegar a la RECU, hace un buen rato estábamos al lado y un compañero suyo no nos ha dejado pasar y nos ha enviado aquí y ¡ESTAMOS PERDIDOS! – 
  • Pero ya les he dicho que no les puedo…

[Ángel]

A unos metros de distancia una persona nos observa con una mirada compasiva. Es una limpiadora, de uniforme blanco, que pasa la mopa por el pasillo y arrastra un voluminoso carro de limpieza con cubos, bolsas y botellas de plástico de distintos colores.

  • Yo sé dónde quieren ir – nos dice con una sonrisa en los labios – síganme

Coloca el palo de la mopa en un soporte del carro y lo deja arrinconado tras una columna para que no moleste, acto seguido emprende la marcha a paso ligero. Mi tía y yo la seguimos. Pasillo, vuelta, pasillo, más pasillo, nos conduce diligentemente por el laberinto hospitalario. Después de un tiempo que se nos hace interminable. La mujer nos indica unas escaleras y un ascensor.

  • Suban por la escalera o por el ascensor a la primera planta y al salir la sala de espera de la RECU se encuentra enfrente
  • ¡Muchas gracias! – respondemos mi tía y yo a la vez – ¿Cómo se llama? – Le pregunto
  • SILVIA – responde la buena mujer – ¿por qué me lo pregunta? 
  • Algún día – le respondo – escribiré sobre lo que estamos viviendo hoy en este hospital y me gustaría compartir su verdadero nombre en señal de agradecimiento, ha sido usted un verdadero ángel, ha dejado su tarea que seguro que es mucha para ayudarnos y acompañarnos, le estamos muy, muy agradecidos.

Dos personas, en un mismo hospital, con actitudes tan diferentes. La primera, un claro ejemplo de estar, de ocupar un lugar, un espacio, con un nivel cero de empatía y profesionalidad. La segunda, Silvia, seguramente con una carga de trabajo mucho mayor es capaz de sentir, de ser, de conmoverse, de ponerse en lugar del otro y ofrecer su ayuda simplemente por el hecho de que puede hacerlo. 

[La gota que colmó el vaso]

Afortunadamente, la operación fue bien, el médico nos informó, nos dejaron pasar a verla y aunque estaba sedada la enfermera nos informó que en un par de horas había un turno de visita y podríamos volver a entrar. Cuando salimos de la RECU, nos sentamos en la sala de espera y

NO PODÍAMOS DAR CRÉDITO

Cada pocos minutos personas de paisano accedían a la sala de espera desde la maldita puerta por la que nos negaron pasar sólo un rato antes. Además, el tránsito de personal sanitario por el atajo era contínuo y en ambas direcciones, entonces… ¿qué había pasado con el celador de la puerta? ¿Por qué no nos dejó pasar a nosotros? 

[Válvula de escape]

“Aquí y ahora”… Hay cosas que no pueden quedarse dentro… y no siempre la vida te da la oportunidades para sacarlas tan rápido.

Ante las dos horas por delante hasta el siguiente turno de visita decidimos ir a comer un poco a un restaurante frente al hospital. El destino quiso, no fue buscado en absoluto, que desde el camino para llegar al restaurante viéramos, a lo lejos, la puerta de las Consultas Externas y el infame celador. Lo pensé una, dos, tres… Muchas veces, respiré profundamente para seguir mi camino pero fue inevitable, me dirigí a paso ligero a su encuentro. Él no se dio cuenta de mi rápido acercamiento hasta que ya me tenía casi encima. Se le transfiguró el rostro, miró a su derecha y…

  • Mierda – le leí en los labios – ¿dónde se ha metido el de seguridad? – terminó susurrando
  • ¡Lo que has hecho no tiene nombre! – le grité en su cara – ¡Nos has obligado a dar la vuelta al hospital y después has dejado pasar a todo dios! 
  • Cumplía órdenes – respondió nervioso, mirando a su alrededor buscando al vigilante mientras volvía del revés su tarjeta de identificación que colgaba de su corto cuello atado a una cinta verde con letras blancas de un sindicato. 

Tanto la sala de espera como las cercanías de la puerta de entrada estaban llenas de personas que inmediatamente posaron sus atentas miradas sobre nosotros, más en mí que elevé muchísimo la voz

  • ¡Lo que has hecho con nosotros y sobre todo con mi tía ha sido inhumano! Y, ahora mismo – señalé hacia su identificación del revés – te identificas y te pongo una reclamación.
  • No estoy obligado a identifi… – 
  • ¡Qué! – le grité aún más sin dejarlo acabar – ¡Cómo que no! Ahora mismo me das o tu nombre y apellidos o tu número de empleado, ¡estás obligado por ley!

Ni corto ni perezoso, tapando con su mano la tarjeta identificativa que seguía del revés dejó la puerta de entrada abandonada y se adentró rápidamente en la sala abarrotada hasta un pasillo. Supuse que se fue a buscar a su supervisora a pedir ayuda. En el breve lapso de tiempo hasta que volvió a salir, miré a mi alrededor y sentí, no sé si acertadamente, el apoyo de las personas que seguían el suceso, seguramente a muchos de ellos les habrá tratado de la misma manera, pensé.

A la vez que el celador salía de una de las puertas del pasillo, una mujer con bata blanca, morena, pelo largo ondulado, entre cincuenta y sesenta años recorrió toda la estancia lentamente y a una distancia prudencial sin quitarme, sin quitarnos, el ojo de encima porque mi tía estaba junto a mí. Es increíble, como en estados alterados como este, una fracción de segundo puede dar para elaborar toda una compleja trama. Al ver pasar a la curiosa mujer de la bata blanca elucubré que la señora era la supervisora enfermera de Consultas a la que el celador había acudido a pedir socorro. Seguramente, imaginé, la enfermera jefa ya estaba hasta el moño de la falta de profesionalidad y de las quejas recibidas de tan nefasto trabajador y, por ello, lo envió de vuelta hacia mí con la orden de arreglar el problema por su cuenta y riesgo. Aún me dió tiempo de reflexionar que ante una situación como la que estábamos viviendo, mi jefa jamás dejaría tirado a un empleado suyo y que vendría a ponerse en primera fila para mediar en el conflicto lo cual ratificaba mi idea de que aquel trabajador era lo peor o, quizás también podría ser, que su jefa no distaba mucho moralmente de su empleado.

  • ¡Aquí tiene mi nombre – me dijo el celador, con cara de corderito inocente, cabizbajo, mostrándome, ahora sí, su tarjeta con una foto, de por lo menos veinte años atrás, y su nombre y primer apellido

Leí su nombre y apellido en voz alta y me di la vuelta hacia la entrada de urgencias para preguntar por la oficina de Atención al Usuario

  • ¡Sólo hacía mi trabajo! – alzó la voz – No podía hacer nada, si dejo pasar a la gente me busco un lío y por la noche se cuelan los sin techo a dormir en la sala de espera… 

No podía dar crédito, en lugar de pedir disculpas y después de hacernos dar la vuelta a todo el hospital para a continuación dejar pasar a decenas de personas por el mismo lugar a su capricho, aún intentaba justificarse.

  • No hacías tu trabajo, tu trabajo es ayudar a las personas de una manera empática y humana y lo que has hecho es todo lo contrario, más propio de un psicópata…- le respondí, dejándolo en su puerta y alejándonos para siempre de aquel lugar.

La ruleta rusa

Seguramente todos y todas estamos familiarizados con el término ruleta rusa. Se trata de un método de apuesta en la que se pone una bala en el tambor de un revólver y dos jugadores se disparan, a sí mismos, en la sien de manera alternativa hasta que uno gana, el que quede vivo. Según la wikipedia, la primera vez que la ruleta rusa es citada en la literatura fue en 1937, en una novela de Georges Surdez, y no parece que haya una evidencia muy clara de que esta práctica la realizaran los soldados rusos de la manera descrita (enlace).

¿Y qué relación puede tener la ruleta rusa con la práctica asistencial hospitalaria? Pues, desgraciadamente, mucho más de lo que parece. A poco que podamos observar con un criterio clínico a nuestro alrededor ocurren cosas que no debería suceder y que comprometen la salud e incluso la vida del paciente.

Comenzaré con un ejemplo de hace muchos, muchos años… Recuerdo en mis prácticas de quirófano a un cirujano que al operar sacaba la nariz por fuera de la mascarilla. Nadie le decía nada, supuse que lo habrían dado por imposible tiempo atrás. Salvo que tuviera una nariz estéril, nunca pude comprender que podía pasar por la cabeza de una persona para poner en riesgo la misma vida de la persona que está intentando salvar con la operación. Pero vayamos más cerca en el tiempo, con otros ejemplos difíciles de comprender:

Primera bala

La enfermera entró en la habitación acompañada de una estudiante de enfermería. Algo aceleradas, se acercaron a la paciente. 

  • ¡Vamos a revisar la vía! – le dijo a la enferma operada hace unos días
  • Coge el brazo de la paciente, toca con las palmas de las manos la venda blanca que cubre con varias capas desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo y, sonriendo, dice:
  • ¡Ves! Mira que bien está el vendaje limpito y sequito – comenta para todos los presentes. La estudiante atenta, asiente con la cabeza tras la gran lección – Bueno, mañana lo revisamos otra vez – y se marchan tan rápido como llegaron.
  • Gracias – responde la paciente

Segunda bala

Ya han pasado varios días de ingreso en la unidad, la enfermera entra con un par de sueros en las manos: uno con un líquido anaranjado y otro con el contenido transparente, a rotulador tienen escritos el número y la cama 803-2 y una especie de garabato que debe ser el nombre del medicamento que contienen. Velozmente, colgó los recipientes de plástico en el palo de sueros, los conectó y se marchó, cuando la paciente le dijo:

  • Perdona, a este tubo – señalando una de las conexiones de los cables que le colgaban del cuello y por los que le pasaban la medicación – le falta un tapón
  • ¡Uy! ¡Es verdad! – exclamó sorprendida la enfermera, mirando a su alrededor vio un tapón rojo sobre la mesita auxiliar – Mira, aquí hay uno – cogiendo el tapón y conectándolo al tubo – ¡Ya está, arreglado, gracias! –
  • ¡De nada! – respondió agradecida la paciente.

Tercera bala

La paciente estaba en aislamiento preventivo por COVID por lo que tenía la ventaja de disfrutar de una habitación doble para ella y su familiar pero también tenía la desventaja de que todos los cuidados y pruebas eran, automáticamente, realizadas en último lugar para minimizar el riesgo de contagio a otras personas ingresadas. En este contexto y tras un par de horas de espera, dos auxiliares de enfermería [TCAEs aunque ellos se presentaron como auxiliares] un hombre y una mujer pasaron a realizar la higiene en cama de la anciana. Eran amables, sobre todo, el chico tenía bastante gracia y animaba con la conversación a la paciente mientras iban lavando su cuerpo. Ambos llevaban mascarilla, bata impermeable y guantes azules. Comenzaron la higiene y a la hora de girarla hacia el otro lado de la cama, los tres cables de los sueros que colgaban del soporte hasta el cuello de la paciente molestaban bastante para la maniobra de rotación por lo que, el auxiliar, con gran destreza desconectó los sueros y colocó unos tapones rojos en las conexiones que quedaron libres al retirar los cables. Los tapones estaban en la cama de al lado que, debido al aislamiento,  estaba siendo usada como improvisado almacén de material.

  • ¡Hala, ya está! Más cómoda así para la higiene – 

La paciente sonrió agradecida.

Ninguna de las tres historias sucedieron como las he contado. Afortunadamente la paciente estaba acompañada por su hijo, enfermera, que pudo en los tres casos anular las balas que habrían puesto, sin duda, en riesgo la recuperación, la salud e incluso la vida de su madre. 

Primera bala: desactivada

Después de que la enfermera y la estudiante marcharon, el hijo revisó la vía como toca. De los signos de complicación que puede presentar una cánula intravenosa sólo miraron uno: la extravasación. Es fundamental no poner apósitos opacos como una venda para poder observar si el punto de punción está bien, no supura, no hay enrojecimiento, ni hinchazón, ni el recorrido de la vena se inflama. También debemos comprobar que la zona no se calienta y, por supuesto, que no le produzca ni dolor ni molestias a la persona. 

Segunda bala: desactivada

Justo cuando la enfermera fue a coger el tapón rojo sobre la mesita auxiliar, su hijo gritó:

  • ¡Espera! No sabemos si ese tapón está contaminado ni de dónde ha salido – 

Tras una breve pausa reflexiva, la enfermera casi sin dar importancia al asunto dijo:

  • ¡Vale! Como quieras, buscaré otro nuevo – 

Y tras salir al carro de curas, volvió con un tapón rojo que sacó de su envoltorio y lo colocó con sumo cuidado en la conexión.

Tercera bala: desactivada

  • ¡Pero qué vas a hacer! – gritó el hijo aterrado cuando vió que el auxiliar iba a tocar la vía central con los guantes que estaba usando para la higiene de la paciente
  • ¿Qué pasa? – preguntó sorprendido con las palmas de las manos hacia arriba
  • ¡No puedes manipular una vía central con los guantes sucios de la higiene!
  • Si no pasa nada – respondió sonriendo – pero bueno, si tanto te preocupa los dejo así – continuando con su labor.

Desgraciadamente las consecuencias de estas malas prácticas no son inmediatas, incluso el paciente puede ser dado de alta, irse a casa felizmente y desarrollar una infección después. Estas infecciones son llamadas nosocomiales y producen graves complicaciones a las personas incluso llegando a la muerte y también un alto coste económico al sistema sanitario infinitamente mayor que el ocasionado si se utiliza el material y los procedimientos adecuados..

Además, la responsabilidad y la angustia que esta mala praxis genera en el acompañante es inmensa ya que ante la imposibilidad humana de poder acompañar 24/7 aquellos períodos en que no puedes estar con tu familiar se viven como de alto riesgo.

La cámara de tortura o el daño que no produce la enfermedad

En 1859, Florence Nightingale publicó Notas sobre enfermería. Qué es y qué no es. En mi biblioteca guardo un ejemplar de este libro porque la figura de Nightingale es toda una inspiración y referencia profesional y además, personalmente, su faceta como matemática nunca me deja de sorprender aprendiendo nuevas cosas a través de diferentes programas de podcast que escucho. Durante todo el texto, me repito qué es y qué no es y me imagino la respuesta de Florence ante las distintas situaciones.

No perdamos el contexto, tenemos a una mujer mayor, operada por un problema muy importante que es trasladada a la unidad de cirugía para recuperarse y recibir los pertinentes cuidados postoperatorios. Una mujer cansada, dolorida, con la movilidad reducida, ansiosa y asustada por la situación, …

Necesidad de reposo y sueño

[unos muchos días]

Las habitaciones de la unidad de hospitalización quirúrgica están equipadas con unas camas articuladas de última tecnología que dan todas las facilidades para la comodidad del paciente y facilidades para que los profesionales puedan cuidar al paciente encamado con el mínimo riesgo de lesión. Me he preocupado de mirar el precio de esas camas y pueden rondar los 2500-3000 euros por unidad.

Sin embargo, estas camas que deberían ser un factor de confort importante están equipadas con unos colchones absolutamente destrozados, hundidos y deteriorados que generan mil y una molestías y dolores de espalda a las personas condenadas a usarlos. En los días de ingreso, todos los colchones que pude comprobar estaban en las mismas paupérrimas condiciones incompatibles con el descanso, el reposo y el sueño. Los profesionales, resignados ante las quejas de los usuarios, confirman que todos los colchones están igual de mal y que hace muchos años que no se renuevan con la consiguiente tortura continuada para los pacientes.

Tras una noche toledana, en un colchón con un cráter en el centro que rompe continuamente la espalda de la paciente que sin poder dormir, sufriendo por la operación y, mucho más, por las condiciones de la cama: la única solución que ofrece el sistema es aumentar la dosis de analgesia y añadir benzodiazepinas para favorecer la relajación muscular y el sueño, en concreto lorazepam. Es decir, medicación para intentar minimizar el daño de un colchón.

Para la paciente la noche fue larga, muy larga, y el sufrimiento mucho, muy mucho, como diría aquel… Despertando continuamente a pesar de la medicación, girándose en la cama, agarrada a las barreras tirando de ellas para aliviar el contacto de la espalda sobre el socavón, un ratito de sueño, un ratazo despierta… y así toda la noche. Sobre las 5.30h por fin, totalmente agotada, consigue dormirse.

  • ¡Buenos días! – la puerta se abre, la habitación se llena de una luz cegadora – ¿Cómo ha pasado la noche? – pregunta a la vez que coloca un termómetro en la axila de la paciente

Aún no ha pitado el termómetro cuando entra la enfermera, cambia los sueros y sale de nuevo. La auxiliar comprueba que el pañal está mojado y en un par de giros coloca uno limpio.

  • No tiene fiebre – confirma tras los tres pitidos del termómetro mientras sale de la habitación

[unos poco días]

La enfermera y la auxiliar entraron en la habitación sobre la medianoche, con sumo cuidado, preguntaron a la paciente cómo había pasado el día y cómo había dormido la noche anterior. Mientras la auxiliar preparaba una infusión calentita, la enfemera revisaba los sueros, cambiaba alguna cosa y acomodaba a la paciente lo mejor que podía en aquella cama de tortura. Le explicó que le daría una pastilla para dormir y que si se despertaba más tarde le dejaba otra en la mesilla. También, mientras colocaba el llamador cerca de la mano de la paciente le recordaba que podía avisarla en cualquier momento para lo que necesitara. Silenciosas como entraron, abandonaron la habitación.

La noche fue de nuevo terrible, la mujer volvió a retorcerse en la cama y a no dormir salvo pequeñas cabezadas. Pero por algún motivo, no quiso llamar al timbre: le habían administrado los calmantes endovenosos, le habían dado hipnóticos y relajantes y no creía que nadie pudiera hacer nada por ella, por lo que no avisó.

Sobre las 6.30h, muy despacito se abre una rendija en la entrada de la habitación por la que entra un poco de luz junto a la enfermera del turno de noche que se desliza sigilosamente casi levitando. Observa que la paciente duerme. Con mucho cuidado se acerca al familiar recostado en una butaca.

  • ¿Cómo ha pasado la noche? – susurra
  • Fatal, como anoche, casi no ha dormido –
  • Bueno, voy a cambiar el suero con mucho cuidado para no despertarla y ya haremos lo demás más tarde o durante la mañana.

Aprovechando la poca luz que entraba desde el pasillo, sin despertar a la paciente, hizo su trabajo y salió de nuevo cerrando lentamente la puerta tras de sí.

Sala de interrogatorios

El primer día, vale. El segundo, bueno, también pero a partir del tercero produce bastante inseguridad y miedo el que, prácticamente, cada persona que entraba en la habitación repitiera las mismas preguntas:

¿Eres alérgica a algo? ¿Te han operado ya? ¿Comes de todo? ¿Puedes levantarte de la cama? ¿Te duchas sola o necesitas que te ayudemos en la higiene? ¿Cómo has tenido la glucemia en los últimos días?

Te preguntas angustiado cómo es posible que entre los distintos profesionales: enfermeras, auxiliares, médicos, celadores, limpiadoras, … parezca no existir la más mínima comunicación.

Cuidar al que cuida

En un entorno donde se descuida el cuidado a las personas, por lo general, también el cuidado al cuidador suele presentar graves déficits. Una de las cosas más aterradoras que presencié en estos días llegaba a primera hora de la mañana cuando las enfermeras entraban a extraer sangre a la paciente.

La primera vez que vi a la enfermera pinchar la vena directamente con jeringa y aguja y después rellenar los distintos tubos de sangre usando la misma aguja de la extracción: no podía creérmelo. 

  • Pero… ¿no usas un dispositivo de seguridad para las extracciones? – pregunté tímidamente desde la butaca
  • No suele haber y cuando hay los reservamos para los casos más complicados – respondió la enfermera sin prestar mucha atención al comentario y siguiendo con lo suyo.

Variabilidad clínica el cáncer del sistema sanitario.

Si hay varias maneras de hacer las cosas, necesariamente hay una de ellas que es mejor que las demás y, en ese caso… ¿Por qué no elegimos la mejor? ¿Por qué todos los profesionales no seguimos lo que indica la evidencia científica?

¿Cómo es posible que en un mismo entorno, con los mismos recursos y con materiales similares, con los mismos protocolos y horarios, con el mismo salario… que algunas  personas sean capaces de hacerte sentir bien, confortable, protegido, seguro, cuidado y otras puedan convertir tu estancia en el hospital en un infierno y en un riesgo constante para tu salud e incluso para tu vida? Y muy importante… ¿Quién se encarga de supervisar la calidad de la atención y el cuidado que se está dando?

Y después del viaje al otro lado viene la vuelta, el regreso al uniforme blanco y, necesariamente, la persona que vuelve ya no puede ser la misma. Se vuelve con un sentimiento agridulce, se ha conocido lo mejor y lo peor, el dolor y el consuelo, la ira y la compasión, las luces y las sombras de un sistema que te permite ser perverso o bondadoso sin mayores consecuencias… de sufrir o de disfrutar de una realidad en la que cada día, los profesionales al pasar bajo el umbral de nuestras unidades de trabajo podemos elegir entre ser o no ser, entre cuidar o maltratar, entre ser o estar…

Gracias a los buenos y a los no tan buenos, a los que son y a los que están porque de todos y de todas se aprende…

Yo, lo tengo claro… 

CUIDAR con mayúsculas, 

SER ENFERMERA.

[continuará… ]


Si te ha gustado esta historia estoy seguro que también te encantará nuestro podcast enfermero «El cuidado en la Palabra»

Aquí tienes todos los episodios de «El Cuidado en la Palabra»

T2 Ep 9 El Cuidado en la Palabra XL Congreso AEESME El Cuidado en la Palabra

Comenzamos la segunda temporada de El Cuidado en la Palabra de una manera muy especial, con un nuevo episodio de Café para Tres titulado: "Las enfermeras y los medios de comunicación" grabado en directo durante la celebración del XL Congreso Nacional de Enfermería de Salud Mental de la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental, el 29 de marzo de 2023 en el Palacio de Congresos de Torremolinos (Málaga). En este Café para Tres, dirigido como siempre por la doctora Rosamaría Alberdi y José Manuel García está dedicado a las enfermeras y los medios de comunicación tenemos el placer de contar con nuestra invitada Hildegart González-Luis, de la que destacamos de su amplio currículum que es Senior Fellow en el Center for Health Policy and Media Engagement en la George Washington University School of Nursing. Periodista. Profesora Titular de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Navarra. Pamplona. En esta ocasión tan especial contamos con Rubén Chacón, como moderador de la mesa, es miembro de la Junta Directiva de la AEESME. Enfermero Especialista en Salud Mental. Trabaja en el Centro de Salud de Vallecas Villa. Hospital Universitario Infanta Leonor. Madrid. Esperamos de todo corazón que disfrutes de este episodio. En breve, publñicaremos más información, extras y complementos en: https://elcuidadoenlapalabra.com/podcast/ Créditos de la música: Positive Soft Nature de MusicFiles y Ukelele Fun de Rafael Krux en filmmusic.io bajo lcencia CC.
  1. T2 Ep 9 El Cuidado en la Palabra XL Congreso AEESME
  2. T1 Ep8 El Cuidado en la Palabra
  3. T1 Ep7 El Cuidado en la Palabra
  4. T1 Ep6 El Cuidado en la Palabra
  5. T1 Ep5 El Cuidado en la Palabra


8 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Hola, José Manuel. Te felicito, primero por el tedioso trabajo de reproducir una situación compleja de explicar y que supera emocionalmente a quien la vive, generando rabia, impotencia y muchas ganas de agredir a quienes parecen robots insensibles haciendo su trabajo. Después, porque yo no he estado más que en el lado del paciente o acompañante, y debo asegurarte que la experiencia me dice que hay profesionales muy buenos, pero otros de los que debes protegerte, incluso del propio sistema. No estás a salvo en un hospital. Mis malas experiencias han sido con el Hospital de Bellvitge de L’Hospitalet, y lo digo tal cual porque ni reclamaciones, ni historias. No sirven para nada. Solo ir a denunciar, con un inversión en abogados, inasumible. Esperar tal vez años para poder demostrar difícilmente que ha habido mala praxis, o negligencia. Se siente un desamparo, una impotencia inmensa….han sido experiencias para no dormir, en el que alguien cercano perdió la vida, y alguien más estuvo a punto de perderla…por negligencias, no acudir el médico porque las enfermeras no lo creía necesario, y obligarte a comportarse agresivamente para que actúen y hagan algo. Siempre resultó ser urgente, pertinente nuestra demanda y de vida o muerte para el paciente como ya he mencionado. Gracias por SER LA VOZ de tantos que conociendo solo un lado tenemos conciencia de las malas praxis y desatención que se han realizado. En mi caso siempre fue el equipo de digestivo, o creo que tenía ese nombre…perforación de colón las dos veces, una por colonoscopia y posteriormente ante el malestar del paciente ni caso, murió en un pasillo. La segunda porque lo confundieron con una infección, que obviamente también había pero la causa era una isquemia intestinal….En fin, me hierve la sangre aún, y hace muchos años. Tengo más experiencias en este sentido, pero creo que con estas vale. GRacias!!!!

    Le gusta a 1 persona

    1. José Manuel dice:

      Gracias, Ana!
      Me siento muy afortunado y agradecido de que personas como tú compartan con la valentía, la claridad y la generosidad con la que lo haces experiencias tan terribles.
      Mi historia tiene una precuela que, tristemente acabó también en muerte. Aunque no tengo pruebas fehacientes al tratarse del mismo hospital y solo un par de años antes que la història que cuento puedo suponer lo que hubo. Y eso me duele y mucho.
      Tampoco entiendo como el sistema sanitario, en tantas ocasiones, se defiende de las acusaciones de malas praxis con estratagemas legales en lugar de aceptar la responsabilidad y reconfortar a las familias en lo posible.
      Muchísimas gracias de nuevo, Ana, y un fortísimo abrazo!

      Le gusta a 1 persona

      1. A ti José Manuel!!!!!

        Le gusta a 1 persona

  2. niasunset dice:

    I shared my thought but I see my comment has been gone… sorry. what happened I don’t know.

    Le gusta a 1 persona

    1. José Manuel dice:

      Dear Nia,
      Thanks a lot! I have checked the comments but I can’t find your first comment. I am so sorry. I checked spam, pending and reply as well but it is not there. I don’t know what to do.
      Love, JM

      Le gusta a 1 persona

  3. themis t. dice:

    ¡Qué bueno!, volverte a tener por este espacio, abrazo grande

    Le gusta a 1 persona

    1. José Manuel dice:

      Gracias Themis, a mí me da mucha alegría también que pases por aquí.
      Cada vez me cuesta más decidir publicar, en el caso de esta historia muchísimo… Un fuerte abrazo!

      Me gusta

Deja un comentario