Historia número cinco: «Otros pasos, otro final»

Otros pasos, otro final

Lunes, amanecía por décima vez en ese lugar mustio y sombrío con esperanzas de salir de allí. Para ello tendría que conseguir hablar con mi psiquiatra de referencia, sí o sí, cuánto antes, aquello era urgente.

Quería al menos saber mi fecha de alta, o cuando podría reencontrarme de nuevo con la luz natural , mi mente no pedía más.

El turno de enfermería de la mañana iba llegando mientras yo les invadía con la misma pregunta de cada día: ¿ Cuándo podré ver a mi psiquiatra? La respuesta era siempre la misma: “durante la mañana podrás verlo”.

Pasaron tres horas más sin rastro de mi psiquiatra referente por ninguna parte y progresivamente sentía como la rabia me iba invadiendo ante tal injusticia. Veía a otros doctores con bata blanca pero ninguno era el mio. Desde el pasillo vi como uno de ellos salía de un pequeño despacho y aproveché el instante en el que abría la puerta para colarme en él. Infiltrarme allí era mi forma de pedir ayuda, quizás mi forma de llamar la atención de mi ausente psiquiatra. Me senté en una silla del despacho en modo de espera, estaba muy enfadada.

De pronto llegaron cuatro enfermeros con el único propósito de abortar mi misión de infiltrada, enseguida percibí que su único interés era que abandonase aquel despacho.

Sólo detuve mi mirada en una de ellos, mi enfermera de referencia aquella
mañana,era la única presente en la que todavía me quedaba algo de confianza. Los enfermeros que la acompañaban comenzaron a dictarme órdenes de salir de aquel despacho vacío, y ante mi negativa discurrían en la repetición de órdenes y sus tonos de voz se iban elevando al mismo ritmo que mi ira iba creciendo, y ella, mi enfermera, permanecía en silencio, pensativa. Nuestras miradas se cruzaron como pidiendo permiso para comunicarnos ante semejante cruce de mandatos y ruido, y ella se acercó a mi y me dijo en un tono de voz cálido, como los abrazos: “ Te ofrezco que vengas conmigo a un lugar más tranquilo para poder hablar de lo que te pasa”.
Justamente era lo único que quería haber escuchado, una propuesta de escucha siempre es más apetecible que una orden,no?

Ella me acompañaba a salir de aquel lugar pero mientras algo me hizo enfadar de nuevo, el resto de escoltas enfermeros nos seguían. Como señal de protesta ante tal opresión, decidí sentarme en el suelo del pasillo contiguo, esperando que me dejarán el espacio vacío que necesitaba para expresarme con ella.
Ante tal acción alguno de aquellos escoltas soplaban y decía en voz alta: “Basta ya”, “ lo único que vas a conseguir es ir a la cama contenida”, “Deja ya de hacer el tonto”…

Mi enfermera al ver tal situación se agachó frente a mi y me ofreció un ansiolítico, quizás para disminuir la rabia que iba creciendo por momentos, y que predecía que iba a estallar.

De pronto me vino a la mente una conversación con ella en días anteriores, dónde yo le explicaba de forma gráfica como sentía la rabia en mi cuerpo “ Cuando estoy llena de rabia me sube un calor sofocante desde el corazón, al cuello y de ahí a la cara, es ahí dónde pierdo el control de ella”.

Ahí entendí que ella me estaba ofreciendo esa alternativa para no llegar al punto de descontrol del que le había hablado asique me lo tomé, permaneciendo allí firme.
Ella seguidamente me ofreció el espacio que tanto necesitaba,ir a la habitación, y con cierta resistencia pero confiada me levanté por mi misma con la intención de seguir la propuesta, hasta que al dar mis primeros pasos vi como ellos permanecían escoltándome y a ellos se añadieron dos figuras más de refuerzo, dos vigilantes de seguridad. Mi vista se nubló ante tal injusticia y apareció la desconfianza y la hostilidad que guardaba, provocando mi frenada en el camino hacia mi habitación.
Escuchaba una voz fuerte de fondo que me decía: “ Te llevamos por la fuerza o vas tú”.

En un instante, un fuerte pinchazo me conectó con el lugar dónde me encontraba ahora, atada a mi cama.

Mi objetivo inicial de hablar con mi psiquiatra no solo se había entorpecido sino que se distanciaba más , y a la falta de luz natural se le unía la restricción de mis movimientos y la impotencia ante la imposibilidad de hacer nada más, de haber perdido el control y ser tomado por otros.

Mi único haz de luz en aquella habitación fue su mirada, la mirada de mi enfermera, esa que me parecía contar que aquel episodio podía haber tenido otros pasos, otro final.

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«Otros pasos, otro final» by Iovanna Rodríguez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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